jueves, 20 de diciembre de 2007

La historia del tranvía contada por Mimí, de Cristina E P (4ºA)

Como cada día esperaba el tranvía para dirigirme a la universidad. Esta vez, en la parada, había un muchacho esperando a que apareciera el tranvía. Desde el lejano horizonte se acercaba la máquina haciendo ruido. Se paró, y yo subí por detrás pensando que allí encontraría un lugar donde poder sentarme. Cuando entré estaba todo el tranvía lleno, excepto un sitio por en medio. Aceleré el paso para poder sentarme y que aquel chico de la parada no me cogiera el puesto. Entonces el revisor del tranvía vio que fui hacia allí y se levantó. Pude ver como el muchacho se tropezó con el revisor, esto me dio tiempo a poder sentarme al lado de la ventana. Cuando el chico se levantó, se sentó a mi lado. El revisor nos dio los billetes y los dos pagamos. Miraba el paisaje atentamente hasta que de repente el joven exclamó: “¡Urra!” Disimulé no haberle escuchado y me hice la despistada. Pero, por el rabillo del ojo, pude ver que él sostenía una pequeña libreta llena de números. El chico se acercó a mí y me dijo:
-¡Señorita, señorita! —le miré a la cara y continuó—. Haciendo cuentas, he podido comprobar que he pagado: la universidad, la habitación de la residencia, los gastos… Me he podido dar cuenta de que me sobra para poder invitarte esta noche.
No le di respuesta, me levanté y bajé del tranvía. Cuando me giré para mirar al muchacho no estaba dentro del tranvía. Me dirigí hacia la universidad y alguien me dio un golpe en la espalda. Me giré sorprendida por el susto, era aquél chico:
-No me ha respondido, damisela —el silencio fue la respuesta—. Me gustaría escuchar de su preciosa voz la respuesta —seguía callada. Intentaba marcharme pero él se oponía—. Princesa, si no desea contestar dime su nombre.
Le miré fijamente a aquellos ojos verdes oliva que miraban fijamente los míos. Cada vez me daba más vergüenza seguir con él. Llegaba tarde a las clases y dentro de pocas semanas tenía los exámenes.
-Lo siento, debo irme.
-¡Qué linda voz, qué linda sonrisa! Ahora desearía escuchar su nombre.
-Dime el vuestro, primero.
-Puedes llamarme Pipo.
-Mi nombre es Mimí.
-Encantador…-Dijo con una expresión en la cara de satisfacción por haber conseguido saber mi nombre.
-Ahora desearía saber si mi princesa Mimí acepta mi sugerencia de cenar esta noche.
-Podría aceptar, pero no tengo nada elegante que ponerme.
-Me basta con poder tener presente esa sonrisa y esos ojos hermosos.
-Tus halagos me ruborizan, pero aceptaré.
-Te esperaré a las nueve en la misma parada donde por primera vez te vi.
A las nueve allí estaba, en la parada. Pasé una noche inolvidable con Pipo, nunca se me olvidará.