miércoles, 5 de marzo de 2008

«Los vídeos de mi abuelo», de Marta G, de 4ºA


Siempre supe que aquella vida no era la vida que yo quería vivir. Eso de que te dieran todas las cosas hechas era muy bonito y era de un gran utilidad, pero a mí no me «llenaba» lo suficiente.
Según me contó mi abuelo, cuando él era joven las tiendas eran atendidas por personas de carne y hueso y no había dos casas exactamente iguales. En mi generación, todo había cambiado. Las tiendas eran controladas por personas virtuales, todas las casas eran iguales y estaban robotizadas. Yo no sé qué es eso de ir al colegio, pues las clases era impartidas por un profesor virtual a través de una pantalla. Y los amigos, bueno, eras afortunado si conseguías tener un amigo de «carne y hueso». La mayoría de personas preferían amigos virtuales ya que los podías crear a tu gusto y ponerles la personalidad que te gustaba más.
El día que murió mi abuelo, fui a su casa a recoger algunas cosas que quería quedarme. Pocas veces había estado en casa de mi abuelo, ya que por problemas de salud vivía con nosotros.
Al entrar en su casa me quedé en estado de trance. Era preciosa, como las de la «antigüedad», sin robots y con diseño único.
Revolviendo las cosas encontré un viejo vídeo y unas películas VHS. Era casi imposible encontrar esos aparatos ya que eran muy muy viejos.
La curiosidad pudo conmigo y me puse a ver aquellos vídeos de mi abuelo.
En ellos salía él, con todos sus hermanos jugando en el campo, con una pelota. En aquellos prados se podía observar claramente casitas de montaña. Y las calles estaban llenas de niños.
Por un momento deseé haber nacido en la época de mi abuelo. Los niños se contentaban con cualquier cosa, ya fuera una pelota, una cuerda o un amigo con el que poder jugar durante horas. La realidad actual era bien diferente. Ya no había niños por las cayes, nadie podía decir que tuviera más de dos amigos «reales», los prados habían desaparecido…
Cuando salí de casa de mi abuelo me di cuenta de que si todo siguiera así, los humanos acabarían por ser absorbidos por la tecnología y no quedarían personas.
Así que tomé una decisión que cambió la vida de muchas personas. Decidí utilizar las máquinas teletransportadoras para llegar a un planeta inhabitado para poder crear allí mi propio mundo.
Estuve 20 años trabajando duro, día y noche, entregué cuerpo y alma… Y por fin lo conseguí. El planeta está creado. Casitas de montaña, calles de piedra, prados verdes, colegios, etc.
Lo único que me faltaba eran las personas.
La verdad es que me resultó bastante fácil conseguir que un numeroso grupo de personas quisiera vivir en mi planeta. Lo único que tuve que hacer fue una campaña, donde mostré los vídeos de mi abuelo y, como era de esperar, no era el único que pensaba que todo aquello estaba mal.
Después de unos meses, la gente se adaptó a vivir en el nuevo planeta.
Y bueno, después de unos cuantos millones de años todavía sigo aquí, observando mi planeta, al que acabaron por llamarle Tierra. Día tras día lo vigilo desde aquí, el cielo.
Y es curioso pero me hace mucha gracia cuando los habitantes, generación tras generación, me llaman Dios.