martes, 22 de abril de 2008

«Claro entre nubes», por Irene C, de 4º B


-¡Podréis controlar mi cuerpo, pero jamás mi voluntad! – Sus gritos nos sorprenden. Son muy distintos a las súplicas que se suelen oír desde las cambras de aislamiento y que tanto nos deprimen y quitan las esperanzas de buscar algo mejor.
Normalmente los presos que entran en ellas no son simples rebeldes, sino más bien cabecillas o grandes alborotadores. A pesar de eso todos enloquecen a las pocas horas de su encarcelamiento. Así los jefes se ahorran el tener que matarlos; se matan ellos solos.
Ese chico es distinto. Lleva tres días allí y sigue con las mismas esperanzas de libertad que cuando entró. Él, que se ha negado como muchos otros antes a la dictadura impuesta por la tecnología, parece no afectarle el estar encerrado, el que le hayan cortado sus alas, el que el ordenador cero le esté borrando poco a poco sus últimos recuerdos.
Los ordenadores habían llegado a ser los mejores amigos de los hombres, aquellos en quien confiaban sus mayores temores y alegrías. Pero la raza humana, en su afán de lograr la perfección, los había hecho lo más parecidos a ellos posible, convirtiéndolos en auténticos monstruos, espejos de la crueldad que ellos mismos profesaban.
El resultado era que ellos tenían ahora el poder, y nosotros éramos tan sólo sus mascotas, meras marionetas unidas a los frágiles hilos del destino.
Yo, como todos los presos de la celda común 73, estoy felizmente sorprendida. ¡Al fin alguien es capaz de oponerse a las técnicas tecnológicas que nos parecen divinas!
Pero si hay alguien sorprendido, esos son los guardas. Poco a poco el temor les ha ido ganando terreno y incluso nosotros- presos comunes de la revolución- parecíamos asustarles.
Unas voces conocidas hicieron que los 12 presos de aquella celda nos levantáramos para acercarnos a la puerta e intentar oír que era lo que decían.
-Chico, ¿no entiendes que todo esto es inútil? No te puedes rebelar contra el poder del nuevo mundo, ¡Es imposible!
-Seguiré luchando, aunque muera. Prefiero morir con mis ideas que vivir algo que no creo. ¡Muerte al nuevo mundo!
De repente se oyó un ruido. Habían vuelto a cerrar la puerta de su celda. Se oía la voz de uno de los autómatas hablando con los guardas.
-Ese chico no nos dará más información. Ha perdido todas sus memorias, lo único que lo mantiene en pie y que le hace seguir con esos pensamientos es una fuerza de voluntad sin límites. Matadlo.
De nada serviría que lo mataran, el mal ya estaba hecho. Aquél chaval nos había abierto inconscientemente los ojos a todos. ¿Qué era la vida si no la podías vivir a tu juicio? Entonces lo entendimos, nada.
Todos juntos lograríamos escapar, pues nuestros objetivos y nuestra libertad jamás nos arrebatarían. La chispa estaba encendida. Saldríamos.